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“Con mi padre inicié un proceso de enamoramiento del viñedo, pero la formación me permitió incorporarme al mundo del vino”

Loli Barreto mostrando dos de las marcas de vino que elabora en su bodega de Tegueste. Imagen de Asaga Canarias Asaja.
Loli Barreto mostrando dos de las marcas de vino que elabora en su bodega de Tegueste. Imagen de Asaga Canarias Asaja.

Loli Barreto, enóloga y copropietaria de la bodega Barreto (Tegueste), realiza una retrospectiva de su trayectoria profesional para resaltar cómo ha logrado posicionar sus embotellados en el mercado siendo fiel a su política de vinificación




Su infancia son recuerdos del correteo entre las viñas mientras su padre le enseñaba a distinguir variedades de parra en cada parcela. Así comenzó el proceso de enamoramiento hacia el viñedo de Loli Barreto, enóloga, actual copropietaria de Bodega Barrero (Las Peñuelas, Tegueste) y tercera generación de una familia de viticultores y bodegueros de Tenerife. En el pasado, fueron su abuela y bisabuela, maestras invisibles a los ojos de una sociedad de la época donde la labor femenina era pormenorizada, quienes se encargaban de las elaboraciones del elixir que ha cautivado el paladar desde la antigüedad. Su padre, Antonio Barreto Hernández, emigrante retornado, aprendió de las matriarcas y esa herencia la transmitió a su hija convencido de que ella sería en el futuro quien tomaría las riendas de la explotación. Pero la pasión y el apego al terruño no son suficientes para vivir del campo, la formación ha sido su trampolín para acceder y prosperar en un sector mayoritariamente masculinizado no exento de obstáculos. Su logro: ser su propia jefa y labrarse una posición en el mercado elaborando vinos de su preferencia acordes a su política de vinificación.

 

La joven Barreto se licenció primero como ingeniera agrónoma en la Universidad de La Laguna y, posteriormente, se especializó en la rama de Enología en la Universidad Miguel Hernández de Elche, donde ya se atisbaba mayoría de féminas, señal de que, allá por la década de los años noventa, el mundo vitivinícola comenzaba a calar entre ellas bien por interés propio o familiar. Los estudios le dieron alas. Se incorporó profesionalmente como técnico en dos bodegas de la isla donde se encargaba, entre otras cosas, de asesorar en las mejoras del cultivo y validar la calidad de los vinos que por allí pasaban. En esta etapa, recuerda ciertos recelos por parte de los viticultores del municipio, cuando se encontraban con una mujer joven enóloga al frente del departamento preguntándose: ¿Qué podía ella aportarles que ellos no supieran ya con su experiencia? Como si el conocimiento, viniera de quien viniera, restara progreso a la actividad.


Podrás leer el artículo completo en el próximo número de la revista Campo Canario que saldrá publicado próximamente.

 
 
 

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